viernes, 9 de septiembre de 2011

GRANADA

Despierto y no sé dónde estoy. La luz es muy tibia, no me llega el calor del sol. Tardo en situar mi conciencia pero más tardo en situar mi cuerpo. He dormido en el banco de la estación de tren. Mi cuerpo se resiente y queja por el castigo obligatorio que le impuse para impedir que se aleje y forme parte del olvido.
Un poco más despierto miro el gran reloj que controla la vida entre andenes. ¡Ya es tarde! Que cruel es el destino que juega conmigo y me tortura. Sin preguntar si están listos mando a mis pies moverse. Quiero ir más rápido, pero no puedo, ¡ojalá pudiese volar...! De nada me sirve correr, ante mí se abre un mar. Un mar inmenso de gente, de llegadas, de despedidas. Mi ánimo es pisado por mis pies que ahora reposan tranquilos y sin entender nada.
Me arrastro hasta el andén con mi cuerpo fatigado por el esfuerzo y con mi ánimo roto. Pero, allí, sin yo esperármelo está ella. Mis ojos se levantan y mi ánimo toca el cielo. Tengo que decirselo. He de decirla que no se marche. Se lo pediré, se lo suplicare, incluso si fuera necesario se lo imploraré, pero por muchas ganas que tenga, jamás se lo exigiré.
Está delante de mí en silencio y preciosa como siempre. La tensión aumente, los dos sabemos el por qué de esa situación. Y es que detrás de todo hay una despedida. Suena un ruido estremecedor provocado por el titán de hierro que está en andén esperando salir y todo se llena de vapor. El ruido aumenta, la gente se altera y todo se vuelve confusión y prisa, pero yo, yo estoy para mi sorpresa muy tranquilo. Es ahora cuando debiera decirla que se quede, que quiero que se quede conmigo, pero no digo nada y entonces me declaro como cobarde. No hay palabras, tan solo nos seguimos mirando. Mi boca no se mueve pero mi alma por dentro está gritando y me queman los oidos, es un grito lastimoso que arde como fuego.
Me lanza la que sería su última mirada y se gira, dejándome atrás roto y en mil pedazos. A los tres pasos se gira y pronuncia un adiós. Sus labios dicen un adiós, sus ojos se entristecen porque es un para siempre. El dolor se hace conmigo y chillo. Chillo fuerte, chillo furioso y chillo para que todos me oigan. Chillo para decirla que no es un para siempre, que no sé cómo, pero que esto tan solo es un hasta luego. En ese momento ya no hay dolor, ya no hay pena, tan solo estamos ella y yo. Una lágrima acompañará su viaje y una promesa el mío.

1 comentario:

  1. Ella volverá. Quedarte a esperar en ese banco merecerá la pena.

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